Sabe, si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada.
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada.
Oh, Becquer. ¿Qué esconden tus apasionados versos? Parece que en el siglo XIX todos los poetas eran unos apasionados tanto en el arte como en el amor.
En este poema podemos ver claramente un elogio al poder de la mirada de la persona a la que amamos, que no solo es capaz de hablar, sino también de regalarnos un beso. Y es que, ¿hay alguien que necesite más que un pestañeo para saber qué esta pensando esa persona especial? ¿ Y quién no ha sentido alguna vez el desbocado latir de su propio corazón cuando sus ojos se cruzaron fugazmente con los suyos?
Becquer lleva este breve instante a su máximo esplendor, equiparándolo con un beso. Una mirada que parece acercar a dos personas lo suficiente como para que sus labios lleguen a rozarse. Eso es muy cerca, ¿verdad?
La imagen que nos ofrece este poema es muy poderosa, mezclando en una posible sinestesia nuestros sentidos: Vista, con la que percibimos sus labios rojos y su mirada; oído para escuchar su voz a través de sus ojos; y tacto con el que sentimos el adjetivo abrasador (el calor siempre se asocia a la pasión) y el beso.
Personalmente, no conozco otro poema que remarque de una forma tan magistral, el poder y la fuerza que realmente tiene un cruce de miradas.
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